La historia
Biografía
Mª Carmen nació en Calatayud el 11 de septiembre de 1949, la segunda de los seis hijos que tuvieron nuestros padres Enrique y Julia. Éramos una familia acomodada, bien situada social y económicamente, cuya vida transcurría encarrilada, por los cauces que en aquella época cualquier familia de buena posición podía anhelar. Y la infancia y adolescencia de Mª Carmen transcurrió sin ningún sobresalto. Feliz, fluida, sin nada especial que destacar. Sólo la vida y nada más. Y lo mismo se podía decir del resto de la familia. La vida sonreía y el futuro estaba lleno de promesas.
La familia se trasladó a Madrid en 1967, donde Mª Carmen comenzó la carrera de Farmacia en la Universidad Complutense. Una nueva y apasionante vida empezaba para ella. La universidad, una gran ciudad y las expectativas intactas de una exultante juventud.
En junio de 1969 conoció a Pedro Resino de la Banda, un aspirante a policía de 26 años, con quien inició una relación de noviazgo. Desde muy pronto él mostraba una cara encantadora ante el entorno familiar y de amistad de Mª Carmen. Sin embargo, a solas con ella, comenzaba a ejercer prácticas controladoras y posesivas que ella, posiblemente no supo o no pudo interpretar como lo que eran: el inicio de una relación de maltrato machista.
A principios de 1970 Mª Carmen quedó embarazada, un hecho que en aquella época suponía un estigma para la mujer, para su hijo e incluso para su familia. La presión social y religiosa era brutal y suponía algo vergonzoso e inmoral. La salida inmediata era el matrimonio y así fue en este caso.
La boda se celebró el 2 de abril de 1970. Tras el viaje de novios Pedro Resino de la Banda es trasladado a Palma de Mallorca, donde comienzan las primeras agresiones físicas a Mª Carmen, ya embarazada de seis meses.
En noviembre de 1970 nace Alejandro. Desde entonces, las vejaciones y agresiones aumentan, con episodios de maltrato psicológico y físico de gran crueldad que siguen durante los años 71 y 72, en los que Mª Carmen vive una pesadilla. Tras varias denuncias que caen en saco roto, Mª Carmen, con la oposición de su marido, inicia los trámites de separación.
El 30 de noviembre de 1972, el Juzgado de Primera Instancia correspondiente decreta la separación provisional, concediendo la custodia de su hijo Alejandro a Mª Carmen y señalándose como domicilio el de sus padres, mientras se sustanciaba la demanda de separación eclesiástica.
Sin nadie imaginarlo, Mª Carmen estaba firmando su sentencia de muerte.
El asesinato
[Texto extraído de la noticia publicada en el periódico La Vanguardia el día 9 de enero de 1976, cuya información reproduce un resumen de la sentencia del juicio celebrado en la Audiencia Provincial de Madrid]
«El suceso ocurrió a las 8 de la tarde del 24 de junio de 1973 y tuvo gran repercusión en todos los periódicos de España. Pedro Resino de la Banda inspector de policía dio muerte a tiros a su esposa María del Carmen Gómez Uriol, en la madrileña calle de Altamirano. Esta mañana ante la Sala Segunda del Supremo ha dado comienzo la vista de los recursos interpuestos por el condenado autor del crimen y el padre de la víctima acusador particular contra la sentencia dictada en la causa seguida a Resino por la Sección Segunda de la Audiencia Provincial de Madrid, la cual declaró probado en dicho texto judicial: inmediatamente después de casarse, en el viaje de novios, comenzó Resino a tener celos de su esposa, no por actitud alguna de María del Carmen en su vida social, únicamente motivados por la constitución psíquica de él. Y Resino sometió a María del Carmen, de una manera constante a torturantes interrogatorios y a un trato sádico, además de hacerla objeto de desprecios, vejaciones y groseros insultos, llegando a crear tales desavenencias que ni el nacimiento de un hijo el 6 de noviembre de 1970 pudo resolver o mitigar.
Llegó Resino a maltratar de obra a su esposa, y María del Carmen le demandó en solicitud de separación judicial. El juzgado entregó el hijo a la madre y los dos fueron a vivir al domicilio de los padres de ella.
Se recela Resino entonces, y entra en sospechas de infidelidad de la esposa, a quien somete a estrecha vigilancia sin descubrir el menor desliz de María del Carmen. Es alumna ella de la Facultad de Farmacia de Madrid, y va a estudiar al número 12, primer piso, de la calle de Altamirano, vivienda ocupada por 5 condiscípulas amigas. Está pendiente Resino de las entradas y salidas de María del Carmen en la casa, y espera que entre algún hombre para verse con ella. El citado 24 de junio, por haber oído música y risas de las estudiantes en la referida vivienda, imagina una fiesta con asistencia de hombres aunque no ha visto pasar a ninguno y gestiona un mandamiento de entrada que le es denegado. Sabe que María del Carmen saldrá a las 8 de la tarde y se sitúa en la escalera de la casa cerca del rellano dónde está la puerta por donde ella aparecerá. Prepara Resino la pistola reglamentaria del Cuerpo, para disparar, sin que ella tenga tiempo para defenderse o pedir auxilio.
Y cuando María del Carmen sale, dispara por tres veces sobre ella a 60 centímetros de distancia. La víctima, alcanzada por los disparos en la mejilla, en el cuello y en el abdomen fallece instantáneamente.
Después de todo este relato, la sentencia, de acuerdo en gran parte con la tesis mantenida con el abogado de la acusación particular, don Esteban Larios, condenó a Resino como autor de un delito de parricidio con eximente incompleta de enajenación mental, a 18 años de reclusión y a indemnizar a los herederos de la víctima con 700.000 pesetas.»

La ausencia
Dos días después del asesinato de Mª Carmen, nuestra hermana Julia dio a luz a su hijo Ignacio. Resulta imposible imaginar cómo fue capaz de sobrellevar aquel cruce siniestro entre la muerte y la vida.
Diez días después del asesinato, el abogado del asesino solicita, sin éxito, la comparecencia judicial para que se presenten mis padres con Alejandro para entregarlo a los abuelos paternos. Nada bueno presagiaba aquello. El camino, si cabe, se endurecía todavía más.
Bajo la custodia otorgada judicialmente a mi padre, Alejandro crecía con nosotros como un hijo y un hermano más, el pequeño. Él era el vínculo más fuerte que mis padres podían mantener con su hija asesinada. Pero apenas tres años después, el asesino salió de la cárcel en régimen abierto después de haberse podido acoger a dos indultos: el Indulto General con motivo de la proclamación del Rey el 25 de noviembre de 1975 (ironías de la vida, actualmente esa fecha es el Día contra la Violencia de Género) y otro aprobado por Real Decreto 388/1977, de 14 de marzo, sobre indulto general. Ese mismo día, acudió al colegio al que Alejandro asistía y se lo llevó.
Antes siquiera de poder asimilar algo del asesinato de mi hermana, una nueva pesadilla comenzaba para nosotros. Sal a puñados en una herida profunda completamente abierta. Él mantenía la patria potestad y estaba ya en la calle, aunque tuviera que pernoctar en la cárcel. El asesinato de Mª Carmen había resultado muy barato, a precio de saldo.
Pasamos un año entero sin poder ver a Alejandro hasta que nuestra abogada consiguió un régimen de visitas, que fue permanentemente torpedeado y boicoteado por el asesino, contando en buena medida con la complicidad de su familia. Cada fin de semana que nos correspondía pasar con Alejandro, podía pasar cualquier cosa. Soportar la rabia de ver al asesino, soberbio y retador, paseándose bajo nuestra casa en compañía de su padre, incumplimientos del régimen de visitas establecido, el continuo acoso mediante requerimientos judiciales promovidos con cualquier excusa…
El 28 de agosto de 1979, el asesino obtuvo la libertad condicional.
Los años pasaban, pero nosotros no avanzábamos, en aquellas condiciones era imposible cerrar el duelo.
Y llegó un día en el que el asesino se cansó de su hijo, y Alejandro, ya con 10 años, volvió a vivir con nosotros. Él ignoraba la verdadera historia y una pregunta sobrevolaba en nuestra casa: ¿había que contársela ya?, ¿debíamos esperar a que fuera mayor? No había opción buena y el asesoramiento psicológico o psiquiátrico ni se contempló en aquel entonces, estigmatizado socialmente como estaba. Una decisión sobre la que se cernía la amenaza constante de que su padre lo volviese a reclamar y se lo llevara de nuevo con él.
Finalmente, le conté la historia a Alejandro cuando cumplió 18 años. Y su vida se convirtió en mucho más complicada de lo que había sido hasta ese momento.
Lo que quedó
Tras el asesinato de Mª Carmen, la levedad se perdió, y la vida comenzó a pesar mucho. Hasta el agotamiento.
Su memoria permaneció recluida en el territorio íntimo e individual de cada uno de los miembros de la familia durante 50 años en los que apenas hemos hablado de ella. Como si no nombrarla pudiese conjurar algo el desgarro de la pérdida, dejando que el silencio se adueñara de todo.
Así, la travesía hasta una vida habitable ha sido un proceso individual, tortuoso, en el que cada uno de nosotros ha buscado sus propios mecanismos, con mayor o menor fortuna, para reaprender a vivir en otro mundo con el boquete en el alma que dejó la ausencia de Mª Carmen.
En nuestro presente ya tienen cabida, hace tiempo, la alegría, los momentos de plenitud. Pero el dolor del síndrome del miembro fantasma no desaparece. Porque algo muy íntimo se nos amputó aquella tarde de junio de 1973.